Hace mucho tiempo que se está repitiendo hasta la saciedad que la inteligencia de los hijos de la isla de Cuba es más a propósito para la poesía que para los demás ramos de literatura y aún menos para las ciencias. Este juicio se debe al gran número de composiciones poéticas y de nuevos nombres de secretarios de Apolo que diariamente aparecen en nuestros periódicos, no siendo tampoco extraño que en el catálogo de obras publicadas por cubanos se cuenten más tomos de poesías que de Filosofía, Historia, &. No ha faltado por lo mismo quien haya tomado a burla esa propensión y nos haya apellidado Sinsontes, tal vez tomando por emblema a esa ave imitadora universal, porque casi todas las producciones poéticas que hasta hoy han visto la luz en Cuba, carecen de carácter propio, viniendo a ser imitaciones más o menos felices de ajenas inspiraciones.
Sin embargo, si se consulta la situación y estado actual de la Isla, no puede ser extraordinario que sus hijos se inclinen con preferencia a la poesía y agoten en versos, la mayor parte eróticos, el fuego divino de sus inteligencias. La isla de Cuba, comparativamente hablando, es un pueblo reciente, primitivo por decirlo así, y el estudio de la Historia antigua y moderna nos enseña que la poesía es el primer ramo de literatura que se cultiva por los hombres en semejantes condiciones. Las obras serias, los grandes trabajos literarios, las ciencias en fin, son productos de edades más avanzadas y sólo pueden nacer y cultivarse donde ya la civilización y la riqueza en su apogeo, retribuyen suficientemente los desvelos y aún los grandes gastos que esas obras exigen. ¿Y quién en Cuba ha podido todavía librar su existencia o su porvenir en sólo el sacerdocio de las letras? Entretanto se adopta el género más fácil, más agradable, el sólo que puede cultivarse en los ratos de ocio, y he aquí por qué se abraza la poesía, la poesía erótica sobre todo; he aquí por qué en su seno se desfoga con predilección ese ardor que devora al hombre por expresar sus ideas con la palabra o con la pluma, ardor nacido de una de sus más eminentes cualidades, la sociabilidad.
En las poblaciones nacientes, el campo que recorre la imaginación es estrecho, aunque pueda elevarse hasta los cielos y descender hasta el abismo. El horizonte empero es limitado, los objetos que abarca, pocos, y aún algunos, está vedado por mil causas considerarlos en todas sus fases. Dos luminarias únicamente lucen con todo su esplendor en la soledad: Dios y la mujer; esto es el amor. En los siglos religiosos cantan David y Hesiodo a Jehová y los dioses mitológicos, personificación del amor divino. En esta edad, en que a los odios y controversias religiosas, al ateísmo filosófico ha sucedido el indiferentismo, que algunos reputan mil veces peor, pero que se aviene muy bien al materialismo del siglo 19. Mayor todavía y más frío y calculado que el del siglo 18 no excita el estro poético la idea gastada y burlesca de la divinidad, y aquellos corazones jóvenes, que no aprendieron a elevar sus himnos balbucientes al Dios de las alturas y que sienten la necesidad de admirar, adorar y cantar algo que no sea el becerro de oro, traducen sus estímulos naturales en versos amorosos inspirados en el albor de la juventud por las mujeres, esos seres que pronto sabrán despreciar; porque arrastrada el alma por su vuelo automático hacia el Empíreo, patria desconocida de donde vive desterrado, las soñó ángeles, y las encontró mujeres, según la feliz expresión de un poeta que sin duda recorrió la misma senda que acabo de trazar con piquetes intelectuales.
Los pocos hombres célebres que la isla de Cuba ha producido en las demás ramas de los conocimientos humanos, son bastante conocidos y en número suficiente para augurar que el día en que nuestra sociedad haya progresado como lo prometen su índole y brillantes prospectos, el día en que las vigilias del sabio le den gloria, poder y riqueza, sobrarán talentos que eclipsen los más ilustres de las pasadas eras, y las bibliotecas del universo llenarán de obras grandes y originales escritas por los descendientes de esos mismos cubanos que hoy se suponen, por espíritus limitados, propios solamente para escribir sonetos al pie de Panchita o al lunar de Pepillita. ¿Qué necesita el hombre de todas las latitudes para llegar a ser un autor famoso en la materia a que se consagre? Talento, instrucción y constancia. Las dos últimas cualidades vendrán en sazón oportunas: la primera la poseen los cubanos en grado eminente. ¿No se han visto aquí hombres oscuros, pobres artesanos de una villa desconocida, que han salido de su taller para interpelar los Reyes y en la liza literaria arrancarles puestos científicos de que su clase y color los alejaba? Y en nuestros mismos días ¿no estamos viendo el fenómeno de que tres muchachas sin educación, nacidas en los campos, en la pobreza, han surgido de repente, abandonando sus incultas selvas y sombríos arroyos, para conquistar, si no el cetro de las poetisas cubanas, porque esto lo rige una mano digna y segura a lo menos un asiento elevado en las gradas del Parnaso de la mayor Antilla? Estos son los prodigios del talento, del genio, y cuando a él se unan los esfuerzos del estudio y el estímulo de la recompensa, nada habrá vedado para las inteligencias cubanas, si hoy vivas y ligeras como la del niño, mañana sutiles y profundas como la del hombre.
Entre tanto que se realiza esa halagüeña esperanza, no debemos menospreciar los frutos literarios de esta época; es decir, que en lugar de burlarnos de esa juventud que inflama el estro poético con más o menos felicidad, es conveniente que la alentemos en su vuelo, leyendo sus obras, analizándolas concienzudamente para elegir lo bueno y censurar lo malo, porque los ramos de la literatura están de tal modo enlazados que por el cultivo de unos despunta o mejora, el gusto por los otros. En este sentido tenemos hoy el placer de dejar correr nuestra pluma incorrecta en el breve examen de los “Ecos de la Selva” dados a luz sin ninguna clase de pretensiones por Úrsula Céspedes, tarea que emprendemos libre el ánimo de pasiones; pues sobre el respeto que merece la opinión pública aunque nuestro apellido es uno mismo, el parentesco es tan remoto que se aparta en los primeros tiempos de la conquista de esta Isla, ligándonos únicamente una sincera amistad de que no puedo dejar de vanagloriarme.
Nació esta joven a fines de noviembre del año de 1831, en una hacienda nombrada «La Villa», no muy distante de Bayamo. Así lo expresa ella cuando dice con mucha gracia:
Yo he nacido en el campo y fue mi cuna
De verdes ramas y laurel tejida,
Y fue mi alma infantil sin pena alguna
Al canto de las aves adormida.
Desde sus primeros años manifestó mucha afición a la poesía y hacía multitud de composiciones que ocultaba cuidadosamente para que nadie las viese; mas descubierto por su padre, el Sor. D. Manuel de Céspedes, le puso un maestro para que se perfeccionara en la lectura y escritura, cuyos principios había adquirido por sí sola. Estos fueron los únicos ramos que aprendió en su niñez, hasta que su hermano Don José María de Céspedes, estudiante entonces de Derecho y Doctor después y Catedrático de Jurisprudencia, vino a pasar las vacaciones con su familia y trajo consigo una escogida biblioteca, en la que Úrsula acabó de desarrollar su gusto por la bella poesía. Escribió entonces algunas composiciones más limadas, más conformes a la regla del arte, y venciendo su natural temor al ruego de sus amigos, se determinó a publicar algunas de ellas. El Redactor de Cuba y el Semanario Cubano fueron los primeros periódicos en que vieron la luz sus obras. Más tarde aparecieron en la Prensa de la Habana las composiciones tituladas «La viuda del primer amor», «Los celos de la bayamesa» y otras varias que merecieron los elogios de todo el periodismo de la isla, siendo reproducidas y recibidas con general aplauso.
Desde esta época, el nombre de Úrsula Céspedes se ha inscrito siempre al lado de las poetisas de Cuba que con mejor éxito han pulsado la lira en esta tierra de bendición. Al que estos renglones escribe cupo el honor de llamarla calandria, y fue recibido con tanta aceptación que hoy se la conoce por este sobrenombre casi tanto como por su nombre bautismal.
En la Cuba Poética, colección escogida de las mejores composiciones de los poetas cubanos, desde Zequeira hasta nuestros días, aparecieron varias de sus producciones y en la Galería de retratos de poetas cubanos, aparece el suyo al lado de los de la Avellaneda, Luisa Pérez y otras.
A mediados del año 1854 abandonó por primera vez el hogar paterno y acompañada de una hermana siguió a su hermano Don José María a Villa Clara. Hizo en este punto varias composiciones que vieron la luz en el Eco de Villa Clara, La Alborada, El Progreso, El Fomento, de Cienfuegos; Hoja Económica, La Abeja y El Correo de Trinidad, siendo solicitadas con empeño de todas las redacciones. A fines del 55 retornó a Bayamo donde fue recibida con verdadero entusiasmo por todos sus compatriotas. Entonces publicó en el Boletín de esta ciudad muchas composiciones, entre ellas «La vuelta a Bayamo».
El día 4 de diciembre de 1857 se unió en lazo matrimonial con el joven poeta Don Ginés Escanaverino de Linares, que se hallaba entonces de redactor de La Regeneración y a quien conoció en la villa del Escambray y en junio del siguiente año obtuvo del Gobierno Superior el título de maestra de instrucción primaria. Pensionada por el Ilustre Municipio, abrió una academia de niñas, que puso bajo la advocación de «Santa Úrsula», y en ella derrama actualmente en su nativo suelo la luz del saber y el amor a la virtud, tan profundamente arraigado en su alma.
Es preciso atender a todas estas circunstancias para hacer un juicio razonado de sus composiciones literarias. El que pretenda hallar en el adjunto tomo grandes conocimientos, rasgos de una instrucción desmedida, bellezas de arte, en fin, que le cierre desde luego, pues no podría satisfacer su anhelo: el que busque en él los delirios de un alma apasionada y tierna, el amor, la amistad, el patriotismo, todos los sentimientos nobles, todas las virtudes heroicas, expresadas en versos armoniosos, léale desde el principio hasta el fin: Úrsula no es la poetisa del arte que canta con la cítara en la mano: es la poetisa de la naturaleza que canta como las aves y que suspira como los céfiros: en sus composiciones la cabeza es poca cosa y el corazón es todo. Su inspiración le viene de Dios, y si le preguntarais la razón de ella quizás os diera la misma contestación que un pájaro de las selvas a quien preguntarais por qué canta. Por eso sus versos, a pesar de los defectos de que adolecen, arrebatan y seducen: ella pinta lo que siente, pero lo hace con tanta verdad de colorido, que su sentimiento se trasmite como el fluido magnético al corazón de los que oyen sus acentos inspirados.
Mas no por esto se crea que sus composiciones sean tan esencialmente naturales que estén desprovistas de toda regla de arte: tiene algunas que no desmentirían si tal dijéramos: leed «El bien y el mal», «El tiempo» y otras, y no sólo hallaréis en ellas las reglas de la verdadera poesía, sino una notable elevación de pensamientos. En la primera de estas composiciones tiene una cuarteta bellísima: después de hacernos una pintura del bien y el mal, dice:
¿Queréis riqueza, esplendor, altares?
Romped la tierra con la corva azada,
Tomada la pluma, desnudad la espada
Salvad los montes y surcad los mares.
«La vuelta a Bayamo» tiene muchos trozos notables. Está dedicada a José Ma. Izaguirre, e invitándole a que rompa el silencio, dice con verdadera elegancia de estilo:
Canta ese río que a cantar en coro
Vienen las aves por distintas rutas
Ese que guarda en misteriosas grutas
Hadas que peinan cabelleras de oro.
Ese que rueda en su empedrado lecho
Sin que intente el destino sujetarle,
Ese que el cauce parecióle estrecho
Y se hinchó como el mar para ensancharle.
La poesía «A mi padre» es tierna y hermosa: respira una felicidad y una dulzura de sentimientos inimitables: toda es bellísima, y hace derramar lágrimas de ternura. Dirigiéndose en ella a su madre, exclama con la fe pura del amor filial:
No temas, madre mía, que angustioso
Dolor tu bello corazón taladre,
pues no padece la que tiene esposo
Ni sufren hambres los que tienen padre.
En la otra titulada Mis penas y mis alegrías, dedicada a su madre, tiene expresiones muy felices; dígalo ésta:
Ese nombre dulcísimo de madre,
Escudo sin blasones
Que convierte en corderos los leones.
Y esta otra:
Sin ti no quiero nada
Porque si un ángel me elevara al cielo
Y tú no fueras cortaría mi vuelo.
El amor maternal la inspira con vehemencia, y la composición «A mi hija Luisa» es uno de sus más bellos cantos: citar un párrafo de ella sería hacer una injuria a los demás.
La elegía “¡Está dormida!”, compuesta en la muerte de su querida y malograda discípula la Srta. Doña Eudosia Palma, revela la fuerza de un sentimiento negado a creer la muerte de un ser querido: es de lo mejor que Úrsula ha escrito.
Si fuéramos a enumerar una por una todas las bellezas que encierra este tomo, sería una tarea demasiado larga, aunque al hacerlo casi no tendríamos más trabajo que abrir el libro por cualquier parte y señalar lo que leyéramos. No lo cerraremos, sin embargo, sin hacer una especial mención de las composiciones. “La palma de Cuba”, “La ascensión del alma”, “En la muerte de Adelaida del Cañal”, “El huérfano”, “El pirata y la Sirte” y “Al Sol” por ser las que más sobresalen.
Concluiremos, pues, pero antes de hacerlo recomendamos a nuestros lectores la lectura y apreciación de este libro, escrito en tan particulares circunstancias. Le consideramos uno de los monumentos de las glorias literarias de Cuba: será fuente de gusto para nosotros y nos hará ver con cuánta verdad dijo Muñiz del Monte en su poesía al inmortal Heredia:
No hay maestro, no hay doctrina,
El genio es la inspiración.
Lic. Carlos Manuel de Céspedes
Bayamo, octubre de 1860.
NOTA: Pichardo, H. y Portuondo, F. (1977). “Carlos Manuel de Céspedes. Escritos”. Tomo I. Prólogo de Carlos Manuel de Céspedes al libro Ecos de La Selva. Poesías de Úrsula Céspedes de Escanaverino. Pp. 459- 464.